PAISAJES AGRÍCOLAS Y GANADEROS

            Tan sólo unos años antes de la independencia de Marruecos, las autoridades españolas publicaban una obra general describiendo las peculiaridades del territorio por ellas controlado, así como la intervención que se había efectuado o pretendía llevarse a cabo por parte de los responsables de su gobierno (ALTA COMISARÍA DE ESPAÑA EN MARRUECOS, 1948).  No es sorprendente que en esta obra se dedicara una gran atención a la agricultura, por cuanto constituía su principal especialización económica. En el estudio se destacaba la favorable situación, base de una variadísima gama de cultivos, pero también las limitaciones derivadas por un medio físico (topografía y clima) que reducía la superficie cultivada a una tercera parte del total, de la que, a su vez, otra porción significativa sólo era susceptible de ser ocupada por especies arbóreas. Otras limitaciones para el incremento de la producción tenían que ver con la “pulverización de la propiedad”, la escasez de capital y la debilidad de los mercados.

             Este panorama era la excusa perfecta para proponer un plan de mejoras de corte tecnocrático,  basado en la obra pública y cuya principal apuesta era el incremento de la superficie irrigada. Las zonas regables señaladas fueron las del Muluya, Quert, Nekor, Guis, Tiguisas, Lau, Martín y Lucus. Desde luego, el éxito de esta política pasaba también por la formación de los agricultores, el suministro de semillas y la instalacion de granjas agrícolas y campos de demostración a cargo de técnicos cualificados.

             Tras la independencia, estos planteamientos no harían sino reforzarse. La agricultura ha estado siempre en el corazón de los planes de desarrollo de Marruecos, y el objetivo no ha sido sino modernizarla y, consecuentemente, incrementar paulatinamente sus rendimientos, especialmente en el sector cerealista. Con todo, las producciones siguen estando muy condicionadas por los ciclos climatológicos propios de un territorio a caballo entre el Mediterráneo y el desierto, de forma que su contribución a la generación de riqueza fluctúa significativamente de un año para otro. La apuesta tecnocrática, por otra parte, ha significado una importante polarización regional y sectorial, de manera que son las zonas con mayor superficie regada las que se han convertido en clave del sistema. Los grandes proyectos hidro-agrícolas han marcado esta dinámica reciente, y son responsables de la aparición de cultivos de exportación, como los cítricos y hortalizas de primor, así como de la sustitución de determinadas importaciones, como es el caso del azúcar.

             A día de hoy, la agricultura sigue siendo el sector económico con mayor capacidad de generación de empleo, pues a pesar del importante éxodo rural que se ha experimentado desde los años ochenta del siglo pasado, la población rural sigue siendo muy elevada (cercana al 50%) y de ella más del 80% sigue teniendo una ocupación agraria. De cara al futuro inmediato, la agricultura volverá a mostrar su lugar de encrucijada fundamental desde el punto de vista económico, social, medioambiental, cultural y territorial, en relación con la seguridad alimentaria y la propia estabilidad del país. De cualquier forma, se pueden citar dos grandes modelos agrícolas desde una perspectiva socioeconómica: de una parte, las explotaciones agrícolas de carácter empresarial, de otra las pequeñas propiedades familiares destinadas al autoconsumo y los mercados locales, dedicadas básicamente al cereal y los cultivos arbóreos de secano.

             En el norte de Marruecos encontramos perfectamente esta dicotomía. En cualquier caso, en la selección fotográfica hemos reflejado el predominio del segundo de los modelos precitados, caracterizados por la pequeña escala, el predominio del trabajo humano, la importancia de la ganadería extensiva, la superioridad de los secanos frente a los regadíos, el incremento de la superficie cultivada a costa del monte o la existencia de graves deficiencias ambientales. Igualmente, hemos tratado de reflejar las notables diferencias paisajísticas que se derivan de los gradientes altimétricos y pluviométricos.

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